viernes, 2 de marzo de 2007

MATER ECCLESIAE, TU ILLUM ADJUVA

De ninguna manera caeremos en la tentación de contraponer Papa contra Papa. Cada uno de ellos es para los católicos, durante su pontificado, "el dulce Cristo en la tierra". Ello no obsta para que se pueda resaltar en cada uno de los Papas su particular estilo, sus virtudes humanas e incluso los particulares rasgos de su espiritualidad. Insisto, sin pretensión alguna de contraponerlos con la intención de juzgarlos.
Durante un cuarto de siglo hemos vivido la experiencia del "huracán Wojtyla". El Papa peregrino, evangelizador incansable, defensor heroico de la dignidad del ser humano. El Papa mariano, cuyo lema "Totus tuus"fue coreado por millones de católicos en el mundo entero. Decir Juan Pablo II es decir amor entrañable a María, ternura filial hacia la Madre de Dios, confianza y abandono abosluto en la Madre del Cielo.
Después del "huracán"nos han regalado esta "dulce brisa" que se llama Benedicto XVI. Es el Papa de la dulzura, de la delicadeza, de la amabilidad. El Papa teólogo y profesor que utiliza con maestría la Palabra para anunciar a Cristo, intentando iluminar la inteligencia para que esta mueva la voluntad hacia la adhesión plena a Cristo, Camino, Verdad y Vida.
El "huracán"era diáfano y extrovertido. Sus palabras y sus gestos tenían tal carga de fuerza que a través de ellos mostraba toda la riqueza de su interioridad. Verle detenidamente era ya conocerle.
La "brisa"es más introvertida, con menos espontaneidad. Hay que fijarse más detenidamente para asomarse a su interior. Es por ello que seguramente no dice todo lo que piensa. Su autocomunicación es más lenta, más pausada. No se puede afirmar que lo que no manifiesta al exterior no exista en su interior. Sin embargo, todos estamos pendientes de su voz."Mis ovejas escuchan mi voz", dice Jesús. Y en atención a las ovejas el Pastor debe hacer el esfuerzo para que su voz transmita todas las palabras que estas necesitan oír.
En la Misa de inauguración de Pontificado hubo una grave omisión. En la larga homilía no hubo ni una sola mención a Aquella que es Madre de la Iglesia. Y eso no está bien. No, señor, no hay excusa para obviar a la Madre de la casa. Nosotros no somos protestantes. Repito, no hay excusa que valga.
Con todo el cariño hacia el Papa, con toda la emoción de aquellos días intentamos disculpar. Es extraño este silencio, se deberá a la falta de tablas, a lo nervios, etc., pensamos en aquel momento.
¡Ah, pero la cosa continúa!... Y, entonces, ahora sí que ya no puede ser. Llegados a este punto tenemos que hablar. Desde el cariño, desde la devoción filial, pero tenemos que hablar.
La Agencia Zenit reproduce una audiencia del Santo Padre con un grupo de seminaristas. Uno de ellos se dirige al Papa y le hace una pregunta sobre los intereses que el Papa cultivaba cuando era seminarista. Le pregunta también sobre los puntos fundamentales de la formación para el sacerdocio, y en particular qué lugar ocupa en ella María.
¡Sorpresa!. El Papa se despacha a gusto hablando de su admiración por San Agustín. Habla de la importancia de la liturgia, de la Sagrada Escritura, del cultivo de la música... Menciona su admiración por Claudel, Mauriac, Bernanos... ¡Ni una palabra sobre la Santísima Virgen, que era el objeto de la pregunta! ¿Lo ha recortado Zenit? ¡Mal, muy mal! ¿No ha contestado nada el Papa? ¡Peor, todavía mucho peor!
Y suma y sigue. En una pregunta posterior otro pregunta al Papa sobre los fundamentos en los que debe apoyarse la espiritualidad de los sacerdotes en su vida diaria. El Papa menciona la celebración diaria de la Eucaristía y el rezo del Breviario. ¡Ni una palabra acerca de la piedad mariana! ¡Ni una palabra acerca del rezo del Santo Rosario, que jamás han obviado los Papas contemporáneos! ¿Se puede obviar la piedad mariana tan alegremente en la vida de un sacerdote católico? ¡Inaudito!
Aquí no vale el "se supone". No hay que suponer nada en cuestiones de fe. Falta el que niega, pero falta también el que silencia. ¡Estos silencios resultan muy dolorosos! A las ovejas débiles nos aterran los silencios del Pastor. ¡Pastor, habla;habla alto y claro! Y si no hablas silba, al menos sabremos que estás cerca cuando aullan los lobos.
En la Misa de inauguración de Pontificado Benedicto XVI nos pedía a todos que rogásemos para que él no tuviese miedo a los lobos. Con profunda devoción hacia el Vicario de Cristo y hacia la sagrada Cátedra romana oramos: Mater Ecclesiae, Tu illum adjuva -Madre de la Iglesia, ayuda al Papa- Ojalá el Santo Padre esté convencido de que en Ella encontrará su primera y mejor aliada para llevar a cabo la tremenda carga que han puesto sobre sus hombros. Nosotros lo estamos.
Estamos seguros que el Santo Padre no quiere, ni por asomo, una Iglesia huérfana de Madre.
¡Madre de la Iglesia, defiende al Santo Padre de las zarpas de los lobos!