sábado, 10 de marzo de 2007

TERCER DOMINGO DE CUARESMA

"Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para que va a ocupar terreno en balde?"
Movido de inmensa caridad el Padre envió a su Hijo al mundo como portador del amor divino.
El Hijo es don del Padre para todos los hombres, pero enviado a la casa de Israel, pueblo amado y elegido, cultivado con mimo por el Señor en el largo proceso de su historia.
Tenía derecho el Padre a esperar abundantes frutos. Sin embargo, el Mesías y Salvador "vino a los suyos y los suyos no lo recibieron".
Durante tres años de vida pública el Hijo enviado "recorría todas las ciudades y aldeas de Israel anunciando el Evangelio del reino" ¿Y qué frutos pudo recoger?. El Templo, morada de Dios, convertido en cueva de ladrones. La cátedra de Moisés ocupada por aquellos que se habían quedado con la llave del saber y no entraban ni dejaban entrar a los demás. El hombre sometido al sábado. Aferrados a tradiciones humanas y alejados de la Ley y de los Profetas. Autoridades que liaban fardos pesados y los cargaban sobre los hombros de la pobre gente mientras ellos no estaban dispuestos a mover un solo dedo.
La higuera de la casa de Israel no daba los frutos esperados por Dios.
A pesar de ello, el Señor se muestra compasivo y misericordioso, "lento a la ira y rico en clemencia; como se levanta el cielo sobre la tierra se levanta su bondad sobre sus fieles".
Será el mismo Hijo enviado el que cave nuevamente alrededor de la higuera. Abonará con su propio Cuerpo entregado y con su Sangre derramada las secas raíces, esperando con ello nuevos y abundantes frutos para ofrecer al Padre. ¡Oh, Israel, "Él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura"!
El Señor espera de cada uno de nosotros, hijos del nuevo Israel que es su Iglesia, que seamos fruto dulce y logrado. Lo lograremos, si de verdad nos convertimos a Él cada día de todo corazón.
Sólo contemplando la Cruz de Cristo seremos conscientes de todos sus beneficios y nos convenceremos de que Él perdona nuestras culpas y cura nuestras enfermedades.
¡Oh Iglesia, nuevo Israel de Dios, árbol plantado al borde de la acequia bendice al Señor!