martes, 27 de marzo de 2007

BENEDICTO XVI: DESEMPOLVANDO LA VERDADERA DOCTRINA CATÓLICA

ENSEÑA VATICANO II EN EL DECRETO AD GENTES
"Para que los fieles puedan dar fructuosamente este testimonio de Cristo, únanse con aquellos hombres por el aprecio y la caridad, siéntanse miembros del grupo humano en el que viven y tomen parte en la vida cultural y social interviniendo en las diversas relaciones y negocios de la vida humana; familiarícense con sus tradiciones nacionales y religiosas; descubran, con gozo y respeto, las semillas de la Palabra que en ellas se contienen". (A.G. 11)
Según Vaticano II las semillas de la Palabra o "semina Verbi" se encontrarían, supuestamente, en las religiones paganas. Semejante afirmación se hizo adulterando la doctrina de los Padres de la Iglesia, concretamente adulterando a San Justino. Los novadores enmascararon la verdad arropando el error en la autoridad de los Santos Padres, como si se tratase de una vuelta a las fuentes, como si se tratase de una recuperación de la prístina doctrina de los orígenes que la Iglesia posconstantiniana hubiese olvidado. Los novadores siempre han pretendido ampararse en la excusa de la vuelta a las fuentes y siempre han manifestado una aversión enfermiza a los siglos posconstantinianos, como si la Iglesia durante esos siglos estuviese poco menos que abandonada de la asistencia del Espíritu Santo. En el plano litúrgico Pío XII calificó a los novadores de auténticos arqueólogos que para fundamentar sus deseos de transformación se apoyan siempre en la vuelta a los primeros siglos como si sólo en ellos se encontrara el verdadero cristianismo. Léase con atención la Mediator Dei.
Una vez "extorsionada" la doctrina de San Justino respecto a las semillas del Verbo no se hizo esperar la reacción desorbitada, como si de una locura se tratara, respecto a las religiones paganas y a la práctica de un ecumenismo desaforado. A partir de ahí hemos visto de todo y hemos escuchado de todo, hasta tal punto que para muchos ya no había que inquietar a los paganos. Había que respetar su religión y no inquietarlos con el anuncio de Cristo, ni del evangelio, ni de la Iglesia. Se ha llegado a afirmar incluso que la misión de un misionero católico no era otra que la de ayudar a un musulmán a ser buen musulman, a un budista a ser un buen budista, etc. Se llegó de ese modo a la escandalosa situación de lo que alguien llamó "misioneros sin Cristo".
En multitud de templos católicos se llegaron a rezar "credos" ecuménicos válidos para todos los fieles de las distintas religiones participantes. Y esto en celebraciones presididas por Obispos, incluso en iglesias de la misma Roma, corazón de la catolicidad.
La bondad hacia el paganismo llegó a tales límites que el cristianismo llegó a ser para muchos tan sólo una opción entre muchas otras, igualmente válidas. Se frenaron las conversiones, se relativizó absolutamente la necesidad del bautismo, se propagó un indiferentismo religioso espantoso. La valoración moral entre el cristianismo -más concretamente el catolicismo- y las religiones paganas llegó a crear un sentimiento de culpa en muchísimos católicos y un rechazo a la propia historia de la Iglesia, presentada como arrogante en su labor de evangelización; soberbia, por su pretensión de ser portadora de la verdad revelada; aniquiladora de culturas por su labor de civilización... Poco menos que todo había sido malo en la historia de la Iglesia y todo bondad en el mundo pagano.
Muchísimos católicos obedecieron con empeño el mandato de Vaticano II de familiarizarse con las tradiciones nacionales y religiosas de los paganos; descubrir, con gozo y respeto, las semillas de la Palabra que en ellas se contienen. Y hasta tal punto se familiarizaron, y lo hicieron con tanto gozo y respeto, que llegaron a despreciar como viejo y anticuado todo lo católico, mientras incorporaron todo lo exótico y extraño que encontraron en el mundo pagano. Lógicamente los más punteros en todo ello pudieron, y aún se pueden encontrar entre los miembros del clero, en los seminarios y en las congregaciones religosas. Si para muestra vale un botón piensen en el abandono del rosario, de la Exposición eucarística, de los medios ascéticos tradiconales y la incorporación del zen, del yoga, de la meditación trascendental y un larguísimo etc. Mientras se abandona la lectura espiritual de los grandes santos y escritores católicos, se llenan las bibliotecas de seminarios y casas religiosas de libros de sentencias hinduístas y budistas, de proverbios africanos... se archivan los libros clásicos de meditación para poner en las manos de los jóvenes seminaristas y religiosos toda esta nueva literatura, al tiempo que se les denigra hasta la saciedad todo lo anterior como "devotio moderna" para beatas y melifluos de dudosa espiritualidad.
Sí, señores, esto es lo que se viene haciendo con todas las bendiciones de Vaticano II. ¿No es acaso lo que ha mandado? ¿No es eso lo que está escrito?.
Esta obsesión de bondad hacia todo lo no católico ha llegado incluso hasta el desprecio hacia toda la herencia disciplinar, teológica, litúrgica y espiritual de la Iglesia, y a una obsesión enfermiza por asimilar, incorporar y sobrevalorar todo aquello que no es católico.
Los resultados están a la vista: generaciones enteras que han abandonado la Iglesia, seminarios y noviciados vacíos, conversiones reducidas a lo más ínfimo, una liturgia "violada"- son palabras del Papa Juan Pablo II- y en multitud de casos chabacana y carente de toda trascendencia y sentido sobrenatural... ¡Por sus frutos los conoceréis!.
ENSEÑA SU SANTIDAD BENEDICTO XVI:
Queridos hermanos y hermanas: En estas catequesis estamos reflexionando sobre las grandes figuras de la Iglesia naciente. Hoy hablamos de san Justino, filósofo y mártir, el más importante de los padres apologistas del siglo II. La palabra «apologista» hace referencia a esos antiguos escritores cristianos que se proponían defender la nueva religión de las graves acusaciones de los paganos y de los judíos, y difundir la doctrina cristiana de una manera adaptada a la cultura de su tiempo. De este modo, entre los apologistas se da una doble inquietud: la propiamente apologética, defender el cristianismo naciente («apologhía» en griego significa precisamente «defensa»); y la de proposición, «misionera», que busca exponer los contenidos de la fe en un lenguaje y con categorías de pensamiento comprensibles a los contemporáneos. Justino había nacido en torno al año 100, en la antigua Siquem, en Samaría, en Tierra Santa; buscó durante mucho tiempo la verdad, peregrinando por las diferentes escuelas de la tradición filosófica griega. Por último, como él mismo cuenta en los primeros capítulos de su «Diálogo con Trifón», misterio personaje, un anciano con el que se había encontrado en la playa del mar, primero entró en crisis, al demostrarle la incapacidad del hombre para satisfacer únicamente con sus fuerzas la aspiración a lo divino. Después, le indicó en los antiguos profetas las personas a las que tenía que dirigirse para encontrar el camino de Dios y la «verdadera filosofía». Al despedirse, el anciano le exhortó a la oración para que se le abrieran las puertas de la luz. La narración simboliza el episodio crucial de la vida de Justino: al final de un largo camino filosófico de búsqueda de la verdad, llegó a la fe cristiana. Fundó una escuela en Roma, donde iniciaba gratuitamente a los alumnos en la nueva religión, considerada como la verdadera filosofía. En ella, de hecho, había encontrado la verdad y por tanto el arte de vivir de manera recta. Por este motivo fue denunciado y fue decapitado en torno al año 165, bajo el reino de Marco Aurelio, el emperador filósofo a quien Justino había dirigido su «Apología». Las dos «Apologías» y el «Diálogo con el judío Trifón» son las únicas obras que nos quedan de él. En ellas, Justino pretende ilustrar ante todo el proyecto divino de la creación y de la salvación que se realiza en Jesucristo, el «Logos», es decir, el Verbo eterno, la Razón eterna, la Razón creadora. Cada hombre, como criatura racional, participa del «Logos», lleva en sí una «semilla» y puede vislumbrar la verdad. De esta manera, el mismo «Logos», que se reveló como figura profética a los judíos en la Ley antigua, también se manifestó parcialmente, como con «semillas de verdad», en la filosofía griega. Ahora, concluye Justino, dado que el cristianismo es la manifestación histórica y personal del «Logos» en su totalidad, «todo lo bello que ha sido expresado por cualquier persona, nos pertenece a nosotros, los cristianos» (Segunda Apología 13,4). De este modo, Justino, si bien reprochaba a la filosofía griega sus contradicciones, orienta con decisión hacia el «Logos» cualquier verdad filosófica, motivando desde el punto de vista racional la singular «pretensión» de verdad y de universalidad de la religión cristiana. Si el Antiguo Testamento tiende hacia Cristo al igual que una figura se orienta hacia la realidad que significa, la filosofía griega tiende a su vez a Cristo y al Evangelio, como la parte tiende a unirse con el todo. Y dice que estas dos realidades, el Antiguo Testamento y la filosofía griega son como dos caminos que guían a Cristo, al «Logos». Por este motivo la filosofía griega no puede oponerse a la verdad evangélica, y los cristianos pueden recurrir a ella con confianza, como si se tratara de un propio bien. Por este motivo, mi venerado predecesor, el Papa Juan Pablo II, definió a Justino como «un pionero del encuentro positivo con el pensamiento filosófico, aunque bajo el signo de un cauto discernimiento»: pues Justino, «conservando después de la conversión una gran estima por la filosofía griega, afirmaba con fuerza y claridad que en el cristianismo había encontrado “la única filosofía segura y provechosa” («Diálogo con Trifón» 8,1)» («Fides et ratio», 38). En su conjunto, la figura y la obra de Justino marcan la decidida opción de la Iglesia antigua por la filosofía, por la razón, en lugar de la religión de los paganos. Con la religión pagana, de hecho, los primeros cristianos rechazaron acérrimamente todo compromiso. La consideraban como una idolatría, hasta el punto de correr el riesgo de ser acusados de «impiedad» y de «ateísmo». En particular, Justino, especialmente en su «Primera Apología», hizo una crítica implacable de la religión pagana y de sus mitos, por considerarlos como «desorientaciones» diabólicas en el camino de la verdad. La filosofía representó, sin embargo, el área privilegiada del encuentro entre paganismo, judaísmo y cristianismo, precisamente a nivel de la crítica a la religión pagana y a sus falsos mitos. «Nuestra filosofía…»: con estas palabras explícitas llegó a definir la nueva religión otro apologista contemporáneo a Justino, el obispo Melitón de Sardes («Historia Eclesiástica», 4, 26, 7). De hecho, la religión pagana no seguía los caminos del «Logos», sino que se empeñaba en seguir los del mito, a pesar de que éste era reconocido por la filosofía griega como carente de consistencia en la verdad. Por este motivo, el ocaso de la religión pagana era inevitable: era la lógica consecuencia del alejamiento de la religión de la verdad del ser, reducida a un conjunto artificial de ceremonias, convenciones y costumbres. Justino, y con él otros apologistas, firmaron la toma de posición clara de la fe cristiana por el Dios de los filósofos contra los falsos dioses de la religión pagana. Era la opción por la verdad del ser contra el mito de la costumbre. Algunas décadas después de Justino, Tertuliano definió la misma opción de los cristianos con una sentencia lapidaria que siempre es válida: «Dominus noster Christus veritatem se, non consuetudinem, cognominavit – Cristo afirmó que era la verdad, no la costumbre» («De virgin. vel». 1,1). En este sentido, hay que tener en cuenta que el término «consuetudo», que utiliza Tertuliano para hacer referencia a la religión pagana, puede ser traducido en los idiomas modernos con las expresiones «moda cultural», «moda del momento». En una edad como la nuestra, caracterizada por el relativismo en el debate sobre los valores y sobre la religión --así como en el diálogo interreligioso--, esta es una lección que no hay que olvidar. Con este objetivo, y así concluyo, os vuelvo a presentar las últimas palabras del misterioso anciano, que se encontró con el filósofo Justino a orilla del mar: «Tú reza ante todo para que se te abran las puertas de la luz, pues nadie puede ver ni comprender, si Dios y su Cristo no le conceden la comprensión» . (Catequesis del miércoles 21 de marzo de 2007)
Así, pues, las semina Verbi -o semillas de la Verdad- no se encuentran en las religiones paganas como enseña Vaticano II, sino en la filosofía griega. Esa es la enseñanza auténtica de San Justino.
Así, también, mientras Vaticano II invita a familiarizarse con las tradiciones religiosas de los paganos y a descubrir con gozo y respeto las supuestas semillas de la Palabra que en ellas se encuentran, Benedicto XVI nos recuerda que los primeros cristianos rechazaron acérrimamente todo compromiso con la religión pagana. Consideraban estas como una idolatría y consideraban sus mitos como desorientaciones diabólicas en el camino de la verdad.
Benedicto XVI nos recuerda que esta es una lección que no hay que olvidar en unos tiempos como los nuestros, caracterizados por el relativismo y el diálogo religioso. ¡GRACIAS, SANTO PADRE, COOPERADOR DE LA VERDAD!.