sábado, 17 de marzo de 2007

CUARTO DOMINGO DE CUARESMA

"Gustad y ved qué bueno es el Señor"
En el camino que hemos iniciado hacia la luz de la Pascua somos hoy invitados y provocados a abrir de par en par las puertas de nuestro corazón. Abrir el corazón quiere decir salir de nosotros mismos, apartar la mirada de nuestra condición pecadora, alzar la vista y mirar hacia el horizonte, un horizonte hermoso y limpio que se pierde en el infinito. Podremos descubrir la figura de Aquél que viene a nuestro encuentro con paso apresurado, humedecidos los ojos, con sus brazos abiertos y extendidos, con corazón encendido en fuego.
Viene con paso apresurado porque no quiere que se dilate ni un segundo más el desencuentro. Sus ojos están humedecidos porque son ojos de Padre cuyas niñas somos los hijos de sus entrañas.
Sus brazos abiertos y extendidos parecen querer abrazar en un regazo el universo, y en él abrazarnos a cada uno de nosotros, apretando contra su pecho nuestra vida entera con nuestros aciertos y equivocaciones, con nuestros miedos e ilusiones, con nuestros sufrimientos y alegrías. Entre sus brazos quiere abrazar todas nuestras lágrimas y sonrisas, nuestras victorias y derrotas, todos los segundos de cada uno de nuestros días y de nuestras noches.
Viene con el corazón encendido en fuego para espantar el frío helado de nuestro corazón, para purificar toda la impureza que se nos ha pegado en los caminos, tan lejos de Él, tan lejos de nuestro hogar.
Viene con el corazón encendido en fuego para dar vida a nuestros miembros atrofiados por el hambre y la miseria de amor, de dignidad, de auténtica libertad, de verdad y de paz cómo hemos sufrido por los caminos.
Dejemos hablar a nuestro corazón y no tengamos reparo en confesar con humildad: "Padre, he pecado contra el cielo y contra tí; ya no merezco llamarme hijo tuyo". Y Él hará todo lo demás.
Responderemos a sus besos en los que derrama el torrente de su ternura y rodeados por sus brazos sentiremos curadas todas nuestras heridas, renovadas nuestra fuerzas, espantados todos nuestros miedos y recuperado el hogar- Iglesia- del que nos habíamos alejado como pródigos.
Nuestro rostro no se avergonzará porque Él como Padre nos libra de nuestras ansias y nos salva de nuestras angustias.