sábado, 3 de marzo de 2007

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA

"En aquel tiempo Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos". Pedro es el Príncipe de los Apóstoles, el que ha sido puesto por Jesús al frente de su familia. El que recibe la misión de confirmar a sus hermanos en la fe. Es el Apóstol que niega tres veces al Maestro y que con lágrimas de arrepentimiento vuelve sobre sus pasos y busca el perdón del Señor. Pedro se ratifica tres veces en el amor a Jesús reparando de ese modo la triple negación. Jesús le encomienda apacentar a sus ovejas y a sus corderos -fieles y pastores de la Iglesia-. Santiago es el Apóstol protomártir, el primero en derramar su sangre por el testimonio de Jesús. El primero en beber el cáliz del Señor. Entrega su vida, según una antiquísima tradición, después de haber llevado la Buena Nueva de Jesús hasta el Finisterre. Juan es el más joven de los Apóstoles, el discípulo a quien Jesús tanto quería. Juan acompaña a Jesús hasta los pies de la Cruz y allí recibe de labios de Jesús a María por Madre. Juan es el Apóstol virgen que representa a la Iglesia a los pies de la Cruz. Jesús los lleva consigo a lo alto de la montaña y se transfigura delante de ellos. Allí les permite entrever la gloria de su divinidad y experimentar el gozo de vivir en la santa presencia de Dios. Aparecen Moisés y Elías. Representan la Ley y los Profetas. En medio de ellos Nuestro Señor Jesucristo el Mesías enviado que encarna en su Persona el cumplimiento de las promesas de Dios y la plenitud de la Ley. Las miradas del Antiguo Testamento -Moisés y Elías- y las del Nuevo Testamento -Pedro, Santiago y Juan- confluyen en Jesucristo. Él es el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Es el centro de la historia y artífice de la Salvación del género humano. Es en la altura de la montaña, donde se junta la tierra con el cielo, el "espacio" en el que acontece la experiencia de Dios. La montaña es un espacio de calma y de silencio. Espacio donde sólo se percibe el viento, figura utilizada para representar el Espíritu del Señor. La montaña es espacio privilegiado que ensancha y dilata el campo de visión humana -mirada de fe-. La montaña es altura que permite tomar distancia de la pequeñez en la que discurre la vida cotidiana, abriendo un ventanal que permite divisar hasta los límites del horizonte -visión sobrenatural-. La montaña es figura sugerente de la Iglesia de Cristo, ciudad edificada en lo más alto del monte. Espacio por excelencia de la experiencia salvadora de Dios. La montaña es figura sugerente de la vida de oración, de la mirada de fe, de la vida espiritual. "En el esplendor de la nube se oyó la voz del Padre: Este es mi Hijo, el Amado, escuchadle". En la era de los poderosos medios de comunicación que llevan la palabra y la imagen hasta los lugares más recónditos con asombrosa rapidez se hace nueva la voz del Padre: "Este es mi Hijo, el Amado, escuchadle". En medio de tantas voces y palabras que rompen el silencio de la vida del hombre posmoderno, sólo Cristo es la Palabra. Palabra única y verdadera que el hombre necesita. Palabra portadora de vida, de verdad y de justicia. En la vorágine de la hora presente una actitud es necesaria por encima de cualquier otra: la actitud de escucha hacia Aquél, el único, que tiene palabras de vida eterna. El testimonio del Padre es portador de la solución a todos los gravísimos interrogantes y desafíos de la hora presente.