martes, 15 de mayo de 2007

90 ANIVERSARIO DE LAS APARICIONES DE FÁTIMA. EL CARDENAL LEGADO DENUNCIA LA APOSTASÍA DE EUROPA

El cardenal Angelo Sodano,como Legado Pontificio de Su Santidad Benedicto XVI, presidió en el Santuario de Fátima los actos conmemorativos del 90 aniversario de las apariciones de nuestra Señora a los pastorcitos Lucia, Jacinta y Francisco.
Esta fue la homilía pronunciada por el cardenal Legado el 13 de mayo:
Amados Hermanos y Hermanas en el Señor,
Pasaron noventa años desde aquél día 13 de mayo de 1917 cuando María Santísima puso su mirada sobre este lindo ángulo de Portugal, la Cova da Iria, apareciéndose a Lucía dos Santos, Francisco y Jacinta Marto con el fin de confiarles un mensaje para el mundo entero.
Los tres pastorcitos andaban entretenidos apacentando el rebaño, cuando un intenso relámpago los sorprendió: ven entonces sobre una encina una Señora lindísima, que les pide oración y penitencia para acabar con la guerra entonces en curso y valer al mundo entero en sus necesidades.
Así comenzó aquella epopeya mariana que se prologaría por cinco meses hasta el día 13 de octubre de aquél mismo año y que había en seguida de imponerse al mundo como es típico de las obras de Dios.
¡Sí! Fátima triunfó sobre la incredulidad del mundo, la oposición de las autoridades y la reserva de la Iglesia. Con razón el Cardenal Cerejeira, Patriarca de Lisboa, pudo afirmar: "No fue la Iglesia quien impuso Fátima, sino Fátima que se impuso a la Iglesia"
Deprisa el Obispo de Leiría se unió a las oraciones de los fieles en este lugar, guiando multitudes de peregrinos que se sentían atraídos por el mensaje de María y por las señales extraordinarias que lo acompañaban.
Aquí Pío XII de venerada memoria envió, al terminar la Segunda Guerra Mundial, al Cardenal Aloisi Masella para coronar, en su nombre, la imagen de la Virgen Madre; era el día 13 de mayo de 1946. Se encontraban presentes 600.000 fieles, cuando una corona de oro fue colocada sobre la cabeza de esta venerada imagen de María.
Ya antes, en un momento trágico de aquel Conflicto Mundial, el 13 de octubre de 1942, el mismo Sumo Pontífice consagrara el mundo entero al Corazón Inmaculado de María.
Más tarde, con ocasión del cincuentenario de las apariciones, el 13 de mayo de 1967, el Papa Pablo VI de venerada memoria quiso venir como peregrino a este Santuario. Y, por fin, ¿quién no recuerda la profunda devoción del Papa Juan Pablo II a Nuestra Señora de Fátima?
El día 13 de mayo de 1982, él vino a este bello Santuario a agradecer a Nuestra Señora por haber escapado al peligro de muerte en que había estado después del atentado. Aquí, el Papa del "Totus Tuus" hizo un solemne acto de entrega y consagración de la humanidad a María, que todos bien recordamos. El mismo acto sería por él mismo repetido más tarde en la Plaza de San Pedro en el Vaticano, el 25 de marzo de 1984, en unión espiritual con todos los Obispos del mundo.
Con voz fuerte y solemne, el Pastor de la Iglesia universal colocaba en el Corazón de María los destinos de los hombres y de las naciones, movido por una gran preocupación por la suerte terrena y eterna de ellos.
Aquí volvió el Siervo de Dios Juan Pablo II dos veces más; en 1991 y en el año 2000. Y hoy está presente aquí el Papa Bnedicto XVI, que quiso enviarme para representarle en este solemne acontecimiento. Él se encuentra ahora en Brasil, en el gran Santuario de Nuestra Señora Aparecida, y se une a nuestro canto de las glorias de María.
Nuestras aclamaciones se elevan hoy, como un arco sobre las playas opuestas del Atlántico que nos une a nuestros hermanos de Brasil, todos hermanados en el mismo deseo de entregarnos al Corazón Inmaculado de María acogiéndonos a su materna intercesión.
Queridos peregrinos, el Evangelio de hoy nos abre el corazón a la esperanza al recordarnos la escena del Calvario en que Jesús, desde lo alto de la Cruz, dice al discípulo amado: "He ahí a tu Madre".
A partir de ahí la Madre de Dios se convirtió en Madre del hombre. Desde aquél momento se inició la maternidad espiritual de María, el misterio de su maternidad universal, que se traduce -como toda maternidad- en amor y solicitud por la vida de cada hijo.
Y la Blanca Señora -como la reprentaban aquellas criaturas simples de 7 a 10 años de edad- demostró por ellas una predilección particular, señal de su amorosa preferencia por los pequeños, los pobres y los enfermos. La Madre de Dios demostraba así que era también verdadera Madre del hombre.
Se cumplen hoy 90 años de las apariciones aquí en la Cova da Iria y nosotros queremos pedir a María que muestre una vez más toda su solicitud materna por los hombres y mujeres de nuestro tiempo, a veces tentados de olvidar a Dios para postrarse delante del "becerro de oro" de las fatuidades de la tierra. María sabe que está en riesgo la salvación eterna de sus hijos y, por eso, repite la llamada de Jesús: "Arrepentíos y creed en el Evangelio". El mensaje de Jesús se vuelve así el mensaje de María. Es una llamada fuerte y decidida como aquella que sólo una Madre sabe hacer a sus hijos en los momentos importantes de su vida.
A María fuimos entregados por su Hijo en la cruz, cuando le dice en el trance de la agonía: "Mujer, he ahí a tu hijo"; y, desde aquél momento, su corazón de Madre quedó abierto para nosotros; como abierto quedara el corazón del Hijo traspasado por la lanza del soldado. Dos corazones abiertos por un mismo amor por el hombre y el mundo.
Hoy sentimos necesidad de dirigirnos a Ella con la invocación de un conocido himno de la liturgia: "Monstra te esse Matrem". ¡Oh María, muéstranos que eres Madre!
Nuestros días nos dejan la impresión de que muchos se apartan de la casa del Padre. Nosotros aquí nos unimos en súplica alrededor de la Madre, para que ilumine sus conciencias y haga regresar a los hijos pródigos a la casa del Padre. Una mención particular le hacemos de los hijos que viven en Europa, tentada de olvidar aquella fe que hizo su fuerza en el correr de los siglos. En nuestros países, está en curso una apostasía subrepticia, que no puede dejarnos indiferentes. Al Inmaculado Corazón de María, entregamos hoy el destino de los hombres y de los pueblos de nuestro Continente, mientras nos comprometemos a colocar nuevamente en el corazón de nuestra sociedad aquél fermento del Evangelio que fecundara su historia a lo largo de los siglos.
Para conseguir tan noble finalidad, prometemos a María todo nuestro empeño para que seamos "la sal de la tierra y la luz del mundo". Con nuestra oración, nuestro trabajo y nuestro testimonio cristiano,hemos de corresponder a la apelación de María y así favorecer la difusión del Evangelio de Cristo en el mundo actual.
De hecho: nosotros creemos -como dice el Concilio Vaticano II, en la Gaudium et Spes nº 10- que "la llave, el centro y el fin de toda la historia humana se encuentran en Cristo, el mismo ayer, hoy y para siempre". Amén.